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Antonio Mairena: apuntes y reflexiones acerca de su vida y obra (1)

El hombre que soñaba el cante




Cuando nace Antonio, el flamenco es ya un arte ciertamente extendido por toda Andalucía. En las primeras décadas del siglo XX se forjan artistas como La Niña de los Peines, Tomás Pavón, Manuel Vallejo, Pepe Marchena, Juan Varea, Pepe Pinto o Manolo Caracol.

14/12/2023.

Escrito por: Paco Vargas
https://aticoizquierdaflamenco.blogspot.com/



Antonio Mairena, que nació como cantaor importante tras ganar la III Llave de Oro del Cante en un concurso pensado para él por su amigo y mentor Ricardo Molina, fue –y así está considerado- un maestro. Pero un maestro tan exigente, con la lección tan bien aprendida, que no dejó posibilidades para que otros siguieran su senda profundizando y ampliando los horizontes flamencos que él veía claros pero que los demás sólo intuían sin atreverse a adentrarse en ellos tomando un camino diferente. Y quien se atrevió –Camarón o Morente, por ejemplo- fue estigmatizado primero y abandonado a su suerte después por el mairenismo militante que cuando entonces era poderoso y miméticamente muy numeroso. De ahí, ese concepto mío de “dictadura estética” que algunos no han entendido o no han querido entender. Siempre he defendido la figura de Mairena, pero con mi propio criterio, siempre con pasión y firmeza, consecuencia del pensamiento y de la reflexión, del estudio y del conocimiento; de la valentía y la independencia necesarias para decir lo que otros callan.

La actitud de muchos artistas está dando al traste con lo proyectado por quienes pensaban –y piensan- que el flamenco empieza y acaba en Antonio Mairena cuando eso no es así, aunque no se puede negar que sigue siendo uno de los referentes imprescindibles a la hora de estudiar, analizar y entender el cante flamenco del siglo xx.

El Congreso de Arte Flamenco –“Mairena y la reivindicación flamenca”-, que se celebró en Mairena del Alcor en 2004, podría haber sido una buena ocasión para tratar en profundidad la figura y la obra de Antonio Mairena, para dejarlas en el sitio justo y preciso que merecen dentro de la Historia del Flamenco. También, el que se celebrara en Sevilla que giró en torno a la vida y la obra del cantaor, cuyo propósito, según su director, Juan Manuel Suárez Japón, era que se hablara y pensara sobre el significado de su obra. Por eso anunció que habría conferencias y mesas redondas protagonizadas por “personas ligadas al mairenismo” y, sobre todo, “que conocieran bien al maestro”, a pesar de la advertencia de que había procurado que no fueran “las mismas personas de siempre para decir las mismas cosas, aunque no es fácil” porque “habrá que decir algo nuevo de Antonio Mairena”. Hubiera sido una buena oportunidad para analizar la labor del maestro de forma objetiva, pero el mairenismo nunca admitió visiones críticas con el maestro en vida, y sus intransigentes seguidores siguen sin aceptarlas.

No han sido pocas las ocasiones en las que se han contrapuesto, buscando el enfrentamiento de las estéticas de dos grandes del cante, Manolo Caracol y Antonio Mairena. Sin embargo, Caracol no se preocupó nunca de crear el caracolismo, pero lo cierto es que Mairena creó una escuela, que él mismo denominó mairenismo, caracterizada por la búsqueda de la forma más pura de interpretar los cantes. Pensaba que el cante estaba hecho, tal y como confesó en una entrevista: "El cante puede desarrollarse; ha llegado a un grado de desarrollo, pero lo que yo no puedo es crear cante."

Mairena distinguió entre cante gitano-andaluz y flamenco. Pensaba que los gitanos hacían lo primero y que él estaba en esa línea siguiendo los pasos de Manuel Torre.

El flamenco lo harían cantaores como Antonio Chacón y los seguidores de su escuela incluidos los artistas que protagonizaron la época conocida como de la “Ópera Flamenca”. Con aquella tesis obviaba lo evidente y achacaba el nacimiento del flamenco a la genialidad y a la pureza artística de una etnia, la gitana, esencial en la construcción del flamenco pero nunca origen, pues los cimientos ya estaban hechos. Es una teoría que Mairena desarrolló a lo largo de su vida con la colaboración inestimable de intelectuales que por entonces lo desconocían casi todo del flamenco: Ricardo Molina, por ejemplo, era un neófito que se dejó arrastrar por la influencia de Mairena, que sería una figura capital en la nueva época que comenzó con el Concurso de Cante Jondo de Córdoba de 1956, que ganara de manera absoluta Antonio Fernández Díaz “Fosforito”.

De todo eso era consciente Antonio Mairena, que tuvo que inventarse unos maestros para hacer creíble su cruzada. En ese sentido nos hemos preguntado muchas veces si los cantes que Mairena atribuye a los viejos maestros anteriores a la aparición de los documentos sonoros (cilindros y discos de pizarra) lo son verdaderamente o si son reelaboraciones que Mairena intuyó partiendo de lo que fue conociendo en la voz de los cantaores viejos de los que aprendió; pues de haber sido Mairena el creador de tan amplio número de estilos hubiera chocado hasta con los de su propia escuela. Por eso, tuvo la sabiduría de endosar a sus antepasados la paternidad de esas formas cantaoras, zanjando así cualquier posible duda e instalando esos cantes definitivamente en la herencia flamenca de la que él se sentía depositario.

Pero aun sabiendo, como conocemos hoy, que esos cantes que él atribuye sólo a unos pocos pertenecen a los creadores del siglo XIX, no debemos dejar de reconocer que sin él todo aquello se habría perdido. De ahí que lo canónico fuera un principio básico para Antonio Mairena. Su perfeccionismo le impidió ser más libre a la hora de interpretar el cante, le preocupaba que los artistas que vinieran detrás de él, y los aficionados, le reprocharan que hubiera hecho algo en el cante que no estaba dentro de los cánones. Pero también sobre esa obsesiva ortodoxia construyó una obra.

Cuando nace Antonio, el flamenco es ya un arte ciertamente extendido por toda Andalucía. En las primeras décadas del siglo XX se forjan artistas como La Niña de los Peines, Tomás Pavón, Manuel Vallejo, Pepe Marchena, Juan Varea, Pepe Pinto o Manolo Caracol.

Comenzó cantando con el nombre de "El Niño de Rafael", y luego usó el de "Niño de Mairena", hasta que adoptó el de Antonio Mairena por el que hoy es recordado. Cuenta en sus memorias que su primera actuación fue siendo un niño en una de estas fiestas familiares, hacia el año 20, con motivo de la estancia en Mairena del bailaor Faíco, interpretando un tango de Pastora Imperio, de moda por aquella época, "Soy grande con ser gitano", que causó sensación entre los asistentes.

Según sus biógrafos, Antonio comienza a cantar en algunas reuniones familiares y fiestas, siendo muy apreciado sus dotes por los entendidos. Esto le llevó a querer participar en 1922 en el concurso de Granada, pero su padre no le dejó ir por su corta edad y la falta de dinero para costear el viaje. Pudo hacerlo finalmente dos años después, en 1924, en el concurso de la Feria de Alcalá de Guadaira. Tenía 14 años y, según dicen los que no pudieron estar allí, “cantó por seguiriya y soleá con tanto arte y embrujo que Joaquín el de la Paula le dio el primer premio, dotado con 20 duros, a aquel mozalbete que comenzaba a ser conocido con el sobrenombre de Niño de Rafael”.

Si bien él abominó de los espectáculos de la ópera flamenca, la verdad es que trató de introducirse en ellos sin mucho éxito. Ya por entonces su estilo tradicional resultaba un tanto duro para los gustos de la época. Su primer gran triunfo en Sevilla se produciría durante la Semana Santa de 1933, cuando los directivos de la Tertulia Sevillana, entre los que se encontraban los toreros Rafael El Gallo y Juan Belmonte, situada en la esquina de calle Sierpes con plaza de San Francisco sobre el bar Laredo, lo contrataron para sustituir a "El Niño Gloria" como cantaor de saetas. Desde el local de la tertulia, cantó al Cristo de los Gitanos, al que hizo retrasarse y llegar tarde a la tribuna, con lo que son para los horarios en la Semana Santa sevillana, siempre tan puntuales. Desde entonces, la prensa de la época situaba al que ya comenzaba a ser conocido como Niño de Mairena entre los grandes saeteros como Manuel Centeno, Vallejo, José Cepero, El Gloria y Manuel Torre.

En 1936 conoce y comienza a trabajar con el guitarrista Melchor de Marchena, quien se convertiría en su apoyo más firme en su carrera profesional, aunque muchos años después, como podemos comprobar echando mano de las carreras artísticas de ambos: desde 1936, cuando por mor de la guerra se separaron, hasta 1957, sus vidas transcurrieron por caminos muy distintos.

El estallido de la guerra le coge recién llegado a Sevilla desde Mairena del Alcor, donde había actuado en una función benéfica con Melchor. De familia de conocida tendencias republicanas, Antonio, tras refugiarse los primeros días en Mairena, opta por alejarse del pueblo, donde era muy conocido. En los últimos años de su vida, sin embargo, pudo contemplar la caída de la dictadura franquista y la llegada de la democracia, que recibe con alegría: "Soy un hombre libre –afirmaba-, me gusta la democracia con orden y que todo el mundo pueda disfrutar de ella".

Cantar para el baile
De acuerdo con sus exégetas, sólo quiso cantar para el baile de Carmen Amaya y no lo pudo hacer a gusto. Primero la Guerra Civil y luego problemas familiares de la bailaora en la posguerra limitaron su relación artística. En sus Confesiones señaló: "Carmen era una genial bailaora que se entusiasmaba y bailaba fabulosamente cuando yo le cantaba". Cuando Carmen Amaya regresa a España le incorpora en el Teatro Fuencarral donde destaca en un espectáculo basado en el “Romancero Gitano” de Federico García Lorca.

Sin embargo, una cosa eran sus deseos y otra la necesidad. Por eso, poco a poco logra introducirse en el mundo de los cuadros flamencos de Sevilla y Madrid. Figuró en la compañía de Juanita Reina y en el ballet de Pilar López, durante los años 1943 y 1944, aunque siguió actuando en algunas fiestas para aficionados y señoritos. Pastora Imperio le contrató, en 1945, para actuar en la venta La Capitana, de Madrid, alternando con Juanito Mojama, el Niño de la Calzada, José Cepero y otros artistas. En 1946 pasó al colmao Villa-Rosa y posteriormente al cabaret Samba. En 1950 es contratado para hacer una gira por Europa con el ballet de Teresa y Luisillo, recorriendo Bélgica, Alemania, Inglaterra y el norte de África.

Por mediación de Juanito Valderrama, Antonio entra en contacto con Antonio Ruiz Soler, el gran bailaor sevillano, quien le incorpora a su ballet en calidad de cantaor para el baile. Permaneció en la compañía diez años recorriendo Europa, América, África y Asia. Estas actuaciones le dieron a conocer a un amplio público y supuso para su carrera el espaldarazo definitivo, al tiempo que ganó mucho dinero, pues llegó a cobrar hasta cinco mil pesetas diarias de la época.

Según él, nunca se había sentido a gusto en su trayectoria como cantaor dentro de compañías de baile, porque decía que aquellas colaboraciones no eran aconsejables para el cante gitano-andaluz, ya que no podía cantar lo que él quería, sino que tenía que supeditarse al baile, lo que significaba cantar aires rápidos llenos de potencia en detrimento de la exquisitez y la intimidad de la soleá o la seguiriya, donde sí podía surgir el duende.



"GENTE SIN ESCRÚPULOS". NOVELA
"A CONTRACORRIENTE. POESÍA VIVIDA"

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