Revista de Cultura Popular, Andaluza y Flamenca
Hoy es Lunes, 29 de Abril de 2024
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IN MEMORIAM -LA VOZ OLVIDADA-

Ahora que ha empezado la Cuaresma, que las fachadas se blanquean, que huele a torrijas, a garbanzos con espinacas, tagarninas con su huevo cuajado, el bacalao en sus diferentes formas culinarias, y pronto todos estos aromas se mezclarán con el inconfundible aroma que desprende el blanco azahar, en una especie de coctelera llamada primavera, también es tiempo de un palo flamenco llamado saeta

18 de marzo.


Juan Díaz Racero



Y utilizando un género lingüístico como el cuento, (del latín computus), voy hacer referencia a este recurso de la lengua española, real como la vida misma, y que yo viví en primera persona, evidentemente salvado muchas fechas como podéis imaginar, pero que tengo y conservo en mi memoria como un grato recuerdo desde mi infancia.

Yo nací en la calle Álvarez Hazañas mediados los sesenta, en una casa humilde, entre el antiguo edificio desafortunadamente desaparecido “la paella”, y el llamado “sindicato”, pero realmente pienso que me crie en la casa de la familia Mena, a menos de un silbido de la mía, y digo que me crie porque se me hacían interminables las horas, los días... debido a todo ese tiempo que pasaba allí, al embrujo de aquella casa señorial, de la familiaridad y de la libertad que me daban a pesar de las muchas travesuras que cometía, y por supuesto, de la sencillez de sus moradores.

No hacía falta que fuese Cuaresma, daba igual, cualquier día de cualquier estación del año era una fecha perfecta para mi, y también para él, Miguel, (el personaje principal de esta historia). Después de su duro trabajo en tareas agrícolas, de desmontar los arreos del mulo utilizado en el día, de atender a las demás bestias y caballos en las cuadras, de refrescarse antes de tomar aquel delicioso cocido con su pringá que apartaba su mujer, Estrella, en un lebrillo de barro lebrijano junto a su familia, llegaba el momento en el cual se relajaba en su mecedora favorita de madera noble y cuero antiguo junto a uno de aquellos grandes ventanales, majestuosos como toda la casa, a marcar “compás” con los nudillos de su mano y las yemas de los dedos índice y corazón a la vez que se balanceaba.

Era su momento y también el mío, porque yo me quedaba en la mesa haciendo como el que piensa en las musarañas, sentado a su espalda de aquel hombre altísimo, de espaldas grandes como las de Platón. En realidad yo lo que hacía era contar, ¡ahora se arranca!, ¡ahora se arranca!, ya creo que se arrancaba, y ¡por saetas!

Miguel, en cuanto a la saeta, lo había mamado desde muy pequeño. Por diferentes razones de la época estuvo en una especie de guardería en el convento de Santa Clara, aquí en Utrera. Aunque la calle se llama Catalina de Perea, todos la conocemos por Santa Clara. Fue monaguillo y por la voz que poseía tan magnifica, pulcra, dulce y fina, las monjas de aquel convento le enseñaron las saetas “clarisas”, saeta muy antigua, de Utrera, como otras cosas, consideradas como un cante singular, era como un canto gregoriano que le marcó en su arte para siempre, así me lo afirma Javier, uno de los cuatros hijos con el que yo hacía en aquellos momentos más migas, evidentemente, por cuestión de edad.

Miguel era también un gran aficionado y conocedor del flamenco, en ocasiones acompañado a la guitarra por el palaciego José Galán. Otro aspecto muy relevante de este utrerano es que era de una profunda fe cristiana, refundador de la hermandad de la Santísima Trinidad entre los años 1938-1939. En las otras dos cofradías de penitencia que había por entonces en la hoy ciudad de Utrera, la del Jesús de la Vereda, y la Vera Cruz y Santo Entierro de las capillas respectivamente San Bartolomé y San Francisco, hizo aportaciones económicas importantes para la fecha.

Salió cantando debido a su exquisito en lo referente a su voz, en los llamados coros de las voces blancas, tipo gregoriano, de las salesianos de Utrera, haciendo rogativas para que la guerra civil terminara. Al año siguiente, en el 1939, volvió a repetir dicha petición, en acción de gracias por el final de la guerra.

Y para verificar lo escrito en los anteriores párrafos me he permitido de parafrasear, con la benevolencia y autorización debida, de un documento antiguo donde se cita: «En 1934 y a iniciativa del entonces santero de la capilla, Manuel Romero Molero, se reunían el 2 de septiembre, un grupo de hermanos para elegir una nueva Clavería, de la que resultó elegido hermano mayor, don Antonio Romero Álvarez. En ele mismo cabildo y a propuesta de los hermanos José Francisco Piñero Iglesia y Manuel Romero Molero, todos los allí congregados asumieron el compromiso de potenciar el culto del Santísimo Cristo
de los Afligidos y tratar, si había medios, de sacar la imagen en procesión de penitencia el viernes Santo.

Las circunstancias históricas del momento no permitieron la salida hasta el 10 de abril de 1938 Domingo de Ramos, cuya emotiva jornada fue dedicada a pedir por la paz y por la pronta terminación de la Guerra. Esta cívica procesión se hizo sin vestir los hermanos el traje de penitencia, y con el acompañamiento de un coro de voces del Colegio Salesiano hábilmente preparado y dirigido por el eminente profesor don Edelmiro López, que entonaron durante el recorrido versículos del “Miserere” y del “Stabat Mater”, alternando con algunas saetas cortas que a modo de laudes cantó el hermano y clavero Miguel Mena Sousa. De ella se ha conservado en el recuerdo el siguiente fragmento: »


Señor del cielo y la tierra
Padre de los Afligidos,
que acabe, ya, esta guerra,
que nos tiene conmovidos.


Tal fue la destreza en el cante de la saeta que llego a entonar vestido de nazareno con las tres túnicas portando el Libro de Reglas de las tres hermandades antes citadas, un hecho inaudito para la época e inimaginable en la actual.


Dominaba palos flamencos tan duros, respetuosos y distintos a la vez, según los especialistas en la materia, que muchos de los llamados flamencos actuales casi que no se atreven a entonar. Me refiero a las granainas, medias granainas y martinete en especial, reservados para aquellos tocados por la varita mágica del don flamenco, sin olvidar la soleá. Otros cantes como la nana y las colombianas también eran frecuentes en su repertorio. Pero, ¿y si digo que también lo hacía por el cante de Ciega? Para los no iniciados les diré que es un cante que se hacía y se entonaba con el trillo en las era, eso si, algo monótono.

Muchas veces, cuando Miguel estaba en su trabajo, Javier y yo, rebuscábamos en sus cosas, concretamente en un baúl también de cuero y madera, adornado con elementos metálicos. Una vez abierto, nos encantaba leer aquellas especies de libritos, atados con cuerdecillas de seda unas veces y otros con cuerdas más ásperas para llegar a la conclusión de descubrir que Miguel escribía sus propias letras, como queda reflejado anteriormente, de los cantes que con tan buen son entonaba. Quedábamos asombrados con la habilidad y destreza que poseía para escribir con inspiración aquellos poemas. Hoy tendríamos que acudir en busca de la Wikipedia para entender algunas cosas de las que escribo, como por ejemplo saber que una saeta son versos octosílabos.

Incluso se cuenta con escuelas de saetas en algunas hermandades de penitencia o escuelas municipales en las que alguien con cierta actitud ejerce de profesor/ra, como es el caso de Utrera y Consolación García Segovia que ahora celebra sus 30 años de saetera y que yo la escuché la primera vez que cantó, pues teníamos un ámbito en común, ella como saetera, y este que escribe, como costalero durante más de un cuarto de siglo del palio de las Angustias. Pero ¿quién se lo dijo o explico a él?, casi con seguridad se podría afirmar que fueron las monjas clarisas.

Miguel, como he comentado, lo hacía especialmente bien por soleá, seguirillas o martinete y tal era su fama que en la Semana Grande de Sevilla, madre y maestra para muchas cosas, ponía su exaltación en el Altozano de Sevilla, a su Virgen de la Estrella, en Triana, “casi ná “.


Rodeado siempre de arte en sus ratos libres, amigo del maestro Belmonte y de Curro de Utrera, entre otros muchos. Éste, conocido por todos en Utrera como Curro el “toleano”, de oído finísimo y al que Miguel ayudo de forma artística y completamente desinteresada a que Curro fuese lo que fue, una primera figura del cante flamenco, un magnifico artista.

"Miguel Mena Sousa (8 de diciembre de 1898- 27 de mayo 1972)"




Fotos:
Hermandad de la Trinidad


Texto:
Juan Díaz Racero


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