07 de septiembre.
Paco Vargas
Poeta, escritor y periodista
https://aticoizquierdaflamenco.blogspot.com/
En ese ambiente, propicio para el cultivo de las cualidades artísticas, se crió aquel niño, de rasgos orientales, al calor de las enseñanzas y las madrugadas de Juan “El Africano” -su padre adoptivo-, guitarrista de nombre y prestigio cuando entonces, en una Málaga donde los artistas flamencos vivían casi exclusivamente de las migajas que dejaban los señoritos en sus noches de farra en las ventas de las afueras.
Ahí nació verdaderamente, El Chino, como hombre y como artista. Más de una noche de palique y de cante él recordaba con alegría, brillándole sus ojillos de "chino" pícaro y listo, pero también con un rictus de amargura aquellas noches en las que tanto aprendió y sufrió tanto; al fin y al cabo era un niño, como tantos, que sólo entendía el lenguaje del estómago: si quieres comer, canta. Con catorce años ya estaba en Madrid ganándose la vida y puliendo su técnica guitarrística -su primer oficio en el flamenco sería el de tocaor- para acompañar a quien se presentara y le pagara. Y si la noche era dura en Málaga, en el Madrid flamenco, por la competencia existente, era el doble; algo que no debió arredrar al niño despabilado y simpático, que todavía era, pues muy pronto comenzaría a trabajar en diferentes salas, siendo en una de ellas, Las Cuevas de Nemesio, donde más tiempo estuvo y donde trabajó junto a figuras como Paco Toronjo con el que trabó una buena amistad que duró hasta su muerte.
También en Madrid sucedió un encuentro afortunado y glorioso, en una de aquellas noches -hoy ya casi desaparecidas- en las que los artistas se juntaban para divertirse y aprender los unos de los otros cantando, tocando y bailando, siguiendo el sagrado rito del flamenco confidencial, pues en las madrugadas de efímera libertad los sentimientos siempre fueron más importantes que los pequeños secretos que cada cual atesoraba. Así fue como Camarón, Paco de Lucía y El Chino se conocieron, cantando y tocando, de fiesta siempre, quizá para olvidar penas y miedos, tan lejos de su tierra y de sus gentes, del ambiente natural en el que habían nacido y crecido los tres.
De aquel mágico encuentro nacerían colaboraciones y trabajos conjuntos, sobre todo entre Camarón y El Chino, que han quedado para que ahora todos podamos disfrutar: algunas de las cosas que podemos escuchar en la voz de Camarón son producto del genio creador de El Chino, como algunas formas cantaoras de El Chino pertenecen a la estética camaroniana: una simbiosis aceptada por ambos que la amarga tuera -¡mala puñalá le den!- vino a truncar con la muerte del genial cantaor de San Fernando. Y no contenta, la de la voraz guadaña, después se nos llevó al otro: sería el sino de los dos, estar juntos, así en la Tierra como en el Cielo.
La vida es un almaque que,
colgao de una pared,
el tiempo va deshojando
para mal o para bien.
Lo tenía claro El Chino. Y quizá por eso decidió dar un cambio radical a su carrera artística al crear el grupo Arte 4 (1978), de corte rumbero aunque con personalidad propia, que llegó a gozar de fama y de prestigio entre los seguidores de este tipo de formaciones y de la música que hacían.
El siguiente capítulo de su vida estuvo marcado, como en tantos otros artistas, por la aventura que siempre supuso "cruzar el charco", expresión que entonces como ahora significaba para ellos la fama soñada y la anhelada fortuna que la suerte se resistía a conceder. Nueve años en Venezuela, donde algunas temporadas llegó a hacer siete pases diarios en distintas salas, son muchos años para no dejar marca en la vida y en el arte de una persona, sobre todo si es joven como era el caso de El Chino. De allí volvió -por consejo de Paco de Lucía, en 1987 y se estableció en Linares, donde permaneció cinco años- con esa madurez vivencial y artística tan necesaria para la creación, que nada más pisar tierra malagueña explosionó jubilosa. Esto ocurrió en 1992 y hasta su muerte vivió en ella, en distintos lugares, donde nacieron sus hijos.
Su irrupción en el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba (1995) fue una sorpresa para casi todos -apenas si era conocido como cantaor entre la afición-, y para todos una bocanada de aire fresco entre tanta ramplonería y adocenamiento. La obtención del Premio Enrique EL Mellizo -que en la historia de tan prestigioso certamen era la primera vez que lo ganaba un cantaor no gaditano- supuso para él su reconocimiento definitivo y el trampolín necesario para emprender una fulgurante carrera en apenas tres años truncada cuando estaba en su mejor momento.
José Manuel Ruiz Rosa, El Chino, perchelero y malagueño, cantaor y guitarrista, era, en efecto, la voz nueva que Málaga aportaba al cante flamenco del siglo que ya está aquí. Su estética cantaora, hecha de un mestizaje buscado, estaba construida sobre la base de un concepto libre de su propia vida y del elixir destilado tras muchos años de encuentros y desencuentros con músicas dispares y hasta extrañas; pero también del respeto y la admiración y el aprendizaje consciente de lo aprehendido en las voces entregadas, generosas y sabias en las noches sin tregua de cuando entonces: aquel tiempo, hoy arrinconado en la memoria colectiva, ojalá que para siempre, donde la miseria y el desprecio fueron casi en todo momento testigos vivos de la grandeza innata del cante, del toque o del baile, del arte flamenco, en suma, oficiado por los auténticamente llamados a tan enigmático como glorioso ritual.
Los que tuvimos la suerte de gozar de su afecto sabíamos de sus horas de soledad y amargura, rebuscando en su niñez no vivida recuerdos apenas sostenidos en el irreversible y cruel transcurrir del tiempo, de su enorme tristeza, nunca bien disimulada, ante la indiferencia y la incomprensión y la falsedad de este mundo que no llegó a entender del todo, a pesar de las muchas fatigas vividas; pero también compartimos con él la felicidad del trabajo bien hecho y de los triunfos y la alegría de sentirse querido, algo que él necesitaba como el comer.
Soñaba, El Chino, en voz alta, con ser uno de los grandes. Y compartirlo con sus amigos, de los que siempre necesitó pero a los que siempre se dio. Así era su inmensa generosidad.
Atenazado siempre por la necesidad vital de llegar cuanto antes mejor, siempre tuvo claro hacia dónde iba y cuál era su meta: el reconocimiento, la fama y la gloria. Pero la muerte, siempre inoportuna, se le adelantó y nos dejó sin su presencia en la Tierra para instalarlo de manera definitiva adonde él tanto soñó. Y ahí, en la Gloria, seguirá para siempre. Estaba predestinado.
Falleció en su casa de Arroyo de la Miel, barrio de Benalmádena (Málaga), el 26 de septiembre de 1997 a la edad de 43 años, a causa de un infarto.
Tras su muerte, se le rindieron distintos homenajes en Granada y Málaga– el último en 2004-, en los que participaron artistas como Mariquilla, Remedios Amaya, El Capullo de Jerez, Vicente Amigo, La Cañeta, El Pele, Gitanillo de Vélez, Raimundo Amador, Juanito Villar, La Marelu, Niño de Pura y Niño Chaparro. Una placa de cerámica en su memoria recuerda su nombre y su figura en la casa donde nació.
Discografía
En la discografía de El Chino hay que distinguir distintas épocas, por cuanto, dependiendo de si lo hizo solo o en compañía, su repertorio es uno u otro: el músico malagueño era cantaor de amplios registros y un variado enfoque del cante flamenco. Así, mientras que con “Arte-4” se adentra en los sonidos que luego se harían famosos siguiendo el compás binario, que en Madrid fue conocido como el “sonido Caño Roto”, en la nueva rumba que alcanzó su cota más alta en la voz de las Grecas o más tardíamente en la de Los Chichos; lo que graba en solitario va del cante clásico a la fusión con otras músicas en un intento permanente de evolucionar la música flamenca.
Para todo esto contaba con excelentes cualidades artísticas: su forma de tocar la guitarra, que había aprendido de su padre adoptivo Juan “El Africano”, por medio de la cual transmitía su electrizante sentido rítmico ya se acompañara a sí mismo o a otros; asimismo, su concepto del cante está perfectamente plasmado en cada una de sus grabaciones, pues tanta era su personalidad que ésta impregnaba cada una de las notas musicales que cantaba: su peculiar voz, su gran dominio del ritmo y del compás, los amplios conocimientos que demostraba en su variado repertorio (en sus grabaciones en solitario podemos encontrar soleares, malagueñas, tarantas, mineras, tangos, alegrías, bulerías, fandangos, etc.) y la colorista gama de matices musicales y tonalidades que manejaba, hacían de él un cantaor distinto con una proyección imparable que sólo la muerte podía truncar, como así fue.
Con su cante se podía gozar o sufrir, dependiendo del momento y de la suerte, pero jamás permanecer indiferente. Es, junto a Camarón y Morente, un cantaor de difícil catalogación que ha sido capaz de crear una estética propia que hoy siguen jóvenes artistas –famosos y menos conocidos- dentro y fuera de Málaga: sus bulerías, por ejemplo, están en el repertorio de todo aquél o aquella que quiere sonar distinto sin salirse de los cánones establecidos.
A lo dicho, y siguiendo su estela artística a través de sus discos, hay que añadir su faceta como compositor, tanto de música como de letra, labor que ejerció para sí mismo y para artistas de la categoría de Rocío Jurado, María José Santiago, Camarón de la Isla, Remedios Amaya, Aurora Vargas o Morenito de Íllora y de otros que utilizaron sus letras no registradas apropiándose de ellas, pero que sus estudiosos y admiradores sabemos reconocer como suyas por la belleza lírica de sus textos y por la línea estética inconfundible que imprimía a todo lo que componía.
De su discografía, hemos localizado las grabaciones siguientes:
Con el grupo “Arte 4”, que fundó él: “Sol de cada mañana” (Belter, 1978), “Leyes gitanas” (Belter, 1981), “Bach” (Belter, 1981), esta última en formato 45 r.p.m.
En solitario: “Vístete de fantasía” (Horus, 1991), “Una historia de amor” (Horus, 1993) y “Vieja letanía” (Auvidis, 1996), que fue el último disco que salió al mercado estando aún vivo; en él aparecen los siguientes cantes: tanguillos, soleares, bulerías, malagueña, taranta y minera, bulerías, bulerías, alegrías, soleares (en los créditos aparece como “soleá perchelera”) y tangos (dedicados a su admirado Camarón). En este disco aparece acompañado de la guitarra de Chaparro de Málaga, Juan Carlos Romero, José Antonio Rodríguez y Vicente Amigo; la voz de Remedios Amaya y las palmas y percusión de Manolo Soler.
Tras su muerte, aparecieron dos nuevas grabaciones, que son una mezcla de temas ya grabados y otros inéditos, con estos títulos: “Cantando desde el cielo” (Producciones Peligrosas, 2003), homenaje póstumo con temas originales, en cuyos créditos aparecen los guitarristas: Chaparro de Málaga, Tomatito, Juan Carlos Romero y José Antonio Rodríguez, el bajo de Carles Benavent y Paco Peña, la percusión de Juan Heredia y la flauta de Agustín Carrillo; y “De fiesta con nuestro Chino” (Producciones Peligrosas, 2003), que en realidad es un homenaje en el que participan Remedios Amaya, Vicente Amigo, La Susi, Pansequito, Manzanita, Juan Villar, Los Chichos, Tomatito, José Parra, Amina, Saray Vargas, Morenito de Íllora y Daniel Casares.
Paco Vargas
Poeta, escritor y periodista
https://aticoizquierdaflamenco.blogspot.com/