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Consideraciones acerca del villancico flamenco, sus orígenes y sus variantes

zambomba flamenca Málaga

Hoy la poesía popular española, en casi todas las regiones, se expresa en coplas de dos, tres, cuatro y cinco o, raramente, seis y más versos

28/12/2022.
Paco Vargas
Aticoizquierdaflamenco.blogspot.com



En sus orígenes (siglo XV), el villancico era un término empleado para designar una composición poética de carácter popular. Su composición literaria consta de un estribillo que se repite detrás de cada copla, generalmente de tres o cuatro versos, más uno o dos versos de enlace, en algunos casos, y acaba con la repetición de los últimos versos del estribillo, conocida con el nombre de “vuelta”. Su nombre proviene del latín “villanus” (hombre de campo, labriego).

Por extensión, a partir del siglo XVII, la palabra villancico se aplicaba a las “coplas de villancico”, hasta que por abreviación acabó designando solamente este canto popular, que gozó de su máximo esplendor durante los siglos XVI y XVII, sobre todo cuando la Iglesia Católica lo convirtió en música religiosa con el fin de atraer más fieles. Quizá por eso, todavía existe la creencia de que el villancico flamenco es un canto religioso adaptado (como es el caso de la saeta) cuando su origen popular es evidente, aunque también sea cierto que los primeros villancicos flamencos centraron su mensaje en el nacimiento de Jesús de Nazaret, su familia y todo lo que rodeó tan extraordinario suceso.

Su nombre tiene gran importancia en el nacimiento de la lírica española: (…) “Los villancicos mozárabes del siglo XI prueban perfectamente que el núcleo lírico popular en la tradición hispánica es una breve y sencilla estrofa: el villancico. En él está la esencia lírica intensificada: él es la materia preciosa. Sobré él puede formarse una moaxaja o un zéjel árabe en el siglo XI-XII (…) El villancico es la piedra preciosa que, por su brevedad, necesita ser engastada. (…) Pues bien, remontémonos unos siglos, pasemos del mundo cristiano al árabe, pongamos jarcha en vez de villancico, y al Ciego de Tudela donde antes decíamos Lope de Vega (o Ibn Qaqui) y la situación es exactamente la misma”[1]. Literariamente, el villancico fue el primitivo estribillo de la “moaxaja”[2] “Los villancicos mozárabes del siglo XI -afirma Dámaso Alonso-, puestos al lado de la tradición castellana tardía, prueban perfectamente que el núcleo lírico popular en la tradición hispánica es una breve y sencilla estrofa: un villancico; en él está la esencia lírica intensificada: él es la materia preciosa”.

Hoy la poesía popular española, en casi todas las regiones, se expresa en coplas de dos, tres, cuatro y cinco o, raramente, seis y más versos, como antes estuvo representada por los llamados villancicos. Es éste, pues, obra de folcloristas árabes de tendencia aristocrática, pero aficionados a las cosas populares, según una corriente plebeyizante que ha constituido y sigue constituyendo una de las constantes de la poesía española.

VILLANCICOS FLAMENCOS
Aunque no es fácil señalar los inicios del villancico flamenco, por las primeras grabaciones -de “El Niño Gloria”-, el cante que interpreta -bulerías- y el lugar donde nace -Jerez de la Frontera-, se podría tomar como punto de referencia el barrio de Santiago, en Jerez, alrededor de los últimos años del siglo XIX.

Siendo ésta una hipótesis, si sabemos con certeza que fue Rafael Ramos Antúnez “El Niño Gloria” el primero que graba, en auténtica creación personal, villancicos flamencos. Tan es así, que del estribillo de uno de ellos tomaría el nombre artístico con el que sería conocido a lo largo de su vida cantaora: “El Niño Gloria” o “El Gloria”:
Los caminos se hicieron
con agua viento y frío,
caminaba un anciano
muy triste y afligío.
¡Gloria!
Y a su bendita Mare.
¡Victoria!
Gloria al recién nacío.
¡Gloria!


Es a partir de estos años cuando el villancico flamenco comienza a adquirir, de manera paulatina, formas musicales flamencas en los patios de vecinos y en las “zambombas”[3] (espectáculo popular que llega hasta nuestros días, principalmente en Jerez de la Frontera, en Málaga le llaman “pastorales” y tienen características distintas); pero sobre todo gracias a las interpretaciones de artistas flamencos como “El Gloria”, ya citado, siendo los años veinte y treinta del siglo XX la época de mayor divulgación a través de las grabaciones discográficas que entonces hacían furor.

Tal acogida tuvo el villancico de “El Gloria” que siguieron su estilo la mayoría de los cantaores de su época: su hermana “La Pompi”, La Niña de los Peines, Pepe Pinto, Manuel Vallejo o Canalejas de Puerto Real, aunque cada cual aportara su matiz personal en cante que tanto se presta a ello, fueron algunos de los primeros continuadores de su escuela. Al hilo de lo anterior, cabe destacar el espectáculo de “La Argentinita”, “Las Calles de Cádiz” (1.935), en cuyo elenco figuraba “El Gloria”, donde se mostraba una estampa sobre la Navidad y se cantaban villancicos. Otros artistas que grabaron e interpretaron este cante fueron Manolo Vargas, Pericón de Cádiz, La Perla de Cádiz, La Paquera de Jerez, Manuel Mairena, Manuel Soto “Sordera”, Romerito de Jerez, María Vargas y Fosforito, así como otros que han seguido la línea y el estilo de su creador, aunque introduciendo otras letras de carácter popular.

Al margen de los citados, también es preciso señalar los villancicos de Jerez, y del Sacromonte, de aire esencialmente popular pero adobados por la gracia de los gitanos jerezanos y granadinos, o los de Andújar, transmitidos por Rafael Romero “El Gallina”.

Si bien los textos siguen vigentes, en la actualidad, los villancicos flamencos se cantan habitualmente por tangos, rumbas o bulerías. También se pueden interpretar por otros cantes, pero quedan deslucidos.

Los Campanilleros son una forma peculiar de cantar villancicos flamencos que tienen melodía propia en distintas versiones que debemos a Manuel Torre, su creador; La Niña de la Puebla, que los popularizó; y El Niño de la Rosafina, que tiene una versión personal. En 1.929 graba Manuel Torre los campanilleros, acompañado por la guitarra de Miguel Borrull. Y a partir de ahí, otros cantaores han ido interpretando y cultivando este nuevo estilo, siendo dignos de citar, entre otros, Juan Varea o Manuel Agujetas, y, más recientemente, José Menese y José Mercé, pero siempre manteniendo las características que le imprimiera su creador.

En el diario ABC de Sevilla (27 de diciembre de 1.969), el guitarrista Niño Ricardo cuenta parte de la historia de la creación de este cante: “Estábamos con El Niño de la Palma, (el torero), El Gloria, Rebollo y yo. A mí se me ocurrió decirle a Cayetano “El Niño de la Palma” que deberíamos ir por Torre, que entonces vivía en el Fontanal. Llegó Manuel, me dijo ponla en el tres... y escuchamos aquellos campanilleros, inspiración de su genio, que ponía los bellos de punta”.

Esta es la copla que grabara el cantaor jerezano:
A la puerta de un rico avariento,
llegó Jesucristo y limosna “pió”.
y en “lugá” de darle una limosna,
los perros que había se los achuchó..
Y Dios permitió,
que ar momento los perros murieran
y el rico avariento probe se “queó”.


Y esta es la copla (incompleta) que, según recuerda Hipólito Rossy, cantaban en Osuna en los primeros años del siglo XX:
A la puerta de Santo Domingo
La rueda de un carro a un niño pilló,
Y su madre, triste y afligida,
El escapulario del Carmen le echó.
¡Poned atención!
¡Poned atención!


Y añade: (…) “Vivía en Osuna y oía cantar al amanecer, cuando finalizaba el verano y en los primeros días del otoño, a un grupo de mocitos que recorrían el pueblo cantando. (…) Como salían a la madrugada y el pueblo estaba poco alumbrado, llevaban faroles. Cantaban al unísono, con naturalidad, quedito, sin forzar la voz, y hacían callar al que desafinaba. Se acompañaban con campanillas (de ahí que les llamaran campanilleros, un triángulo, cuyo son agudo servía de guía rítmico al reducido coro; y una guitarra, cuyos acordes daba y mantenía el tono. (…) Son cuatro los fragmentos carenciales de la melodía, el primero, segundo y cuarto, de cuatro compases cada uno, y el tercero de dos compases, por lo que el canto completo tiene catorce, sean de tres por cuatro o de dos por cuatro; pero este dato es de escaso interés, porque el ritmo ínsito de la melodía es de carácter binario, a semejanza de las sevillanas y de las seguidillas clásicas, con las que hay que emparentar a estos cantos de campanilleros.”

Lo dicho tiene explicación, pues coincidiendo con el auge del villancico, en el siglo XVII, Pablo de Cádiz y Pedro de Ulloa, religiosos capuchinos, inician los coros de campanilleros que en Andalucía cantaban a los llamados “Rosarios de la Aurora”, extendiéndose por pueblos y ciudades, y creando una tradición folclórica y religiosa que ha llegado hasta tiempos actuales.

NOTAS
[1] Emilio García Gómez, arabista. “La lírica hispano-árabe y la aparición de la lírica románica en Al-Andalus”. Madrid. 1956.
[2] El término original en árabe es “muwashshaha”, pero siguiendo los consejos del profesor García Gómez adoptamos el castellanizado “moaxaja” (composición en versos cortos que admitía en su última estrofa versos en árabe vulgar o en el romance de los cristianos),
[3] Sobre la zambomba, que junto con la pandereta, los platillos y una botella vacía de aguardiente –la guitarra y otros instrumentos de cuerda vendrían después, con su definitivo aflamencamiento-, ha sido siempre el instrumento central del villancico, Benito Mas y Prat, en 1.866, hace una ilustradora descripción en la revista “La Ilustración Española y Americana”.

Benito Mas y Prat, poeta, escritor costumbrista, periodista y autor teatral, nació en Écija en 1846 y falleció en la misma ciudad en 1892. Hijo de unos comerciantes de origen catalán y padre del novelista José Mas, Benito llegó por primera vez a Sevilla para trabajar como dependiente de comercio. Entonces dio a conocer su afición literaria al colaborar en los periódicos más importantes de la capital. Fue director del periódico “Eco de Andalucía” desde 1879 hasta 1890, donde se publicaron sus principales obras También colaboró en otras publicaciones como “La Ilustración Española y Americana”, “La Ilustración Artística”, “La Ibérica”, “Bética” y “El Liceo Sevillano”. “La Tierra de María Santísima”, una de sus obras, es de las más atractivas semblanzas de Andalucía creadas por la literatura del siglo XIX.



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Fuente: Revista Flamenca Fuente Vieja
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