Revista de Cultura Popular, Andaluza y Flamenca
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Sobre el Concurso de Cante Jondo de 1922 (2ª parte)

Ni Manuel de Falla ni Federico García Lorca supieron ver lo que venía

27/12/2022. Paco Vargas
Aticoizquierdaflamenco.blogspot.com




Granada, en 1922, era una ciudad envuelta en sueños y con escaso peso cultural si exceptuamos su afamada universidad y su historia luminosa y romántica –o al menos exótica-, pero sin poder despojarse del provincianismo que asolaba su día a día. No era moderna ni estaba en el mapa de los centros culturales o de poder. Granada entonces era conservadora y poco dada a emprender aventuras culturales, y menos traídas por alguien de fuera. Manuel de Falla, que lideró la iniciativa, era de Cádiz y apenas llevaba dos años viviendo en ella.

No obstante, mantenía el rescoldo de una vida cultural y literaria que se reunía en torno al Centro Artístico y Literario –organizador a la postre del Concurso-, la tertulia de El Rinconcillo -en el café Alameda- o la taberna de El Polinario, el colmado en el que se juntaban para discutir y comer, beber y cantar y recitar lo más granado del mundo artístico granadino. Seguramente, en una de aquellas reuniones nació la idea inicial de organizar un concurso de “cante jondo” –según Falla, el resultado elaborado del “canto primitivo andaluz”-. Y es muy probable que la propuesta del gran músico gaditano no fuera acogida con gran entusiasmo. De ahí, probablemente, las discrepancias iniciales que no fueron sin embargo impedimento para la celebración final del evento, provocando encendidos debates de toda índole entre defensores, apasionados e idealistas, y detractores, elitistas y sectarios, que únicamente veían en el flamenco la parte oscura de la noche y los vicios y desmanes que acarreaba.

Hubo muchos intelectuales que se posicionaron en la polémica a favor. Sírvanos como ejemplo no limitativo los nombres de Fernando de los Ríos, Hermenegildo Giner de los Ríos, Manuel Chaves Nogales, Ignacio Zuloaga, Santiago Rusiñol, Eugenio Noel, Salvador Rueda o Ramón Gómez de la Serna. Pero, en Granada tuvo la oposición de publicaciones como la revista “La Alhambra” y el periódico local “La Opinión”. Por eso, se echó mano de músicos como Rimsky Korsakov y Mijaíl Glinka para defender la legitimidad y esencia del cante jondo, toda vez que, según sus defensores, los compositores rusos a través de su contacto con el “alhambrismo musical” se habían empapado de la música local que formaba parte de los cantos populares que darían lugar al cante jondo. Pero, no está demostrado que conocieran el flamenco. Para Manuel de Falla –auténtico ideólogo del certamen-, o para Federico García Lorca –que con 24 años era poeta reconocido y un inquieto activista cultural, pero no un experto que se supiera el cante-, palos como granaínas, malagueñas o tarantas eran “meros cantes flamencos”. En contraposición al cante jondo, de mayor profundidad y grandeza, que era lo que defendía el Concurso.

Manuel de Falla, atrapado entre su desconocimiento del mundo flamenco de la época y su conservador y sublime concepto de la música flamenca, no supo ver que en 1.922 el cante flamenco atravesaba por un período de transición. La época de los cafés cantantes estaba dando sus últimas boqueadas. Antonio Chacón, máxima figura de ese tiempo glorioso, estaba en la recta final de su carrera. Y otros cantaores jóvenes, que después serían famosos, como Marchena o Vallejo, venían a imponer otras voces, otra estética, otra forma de interpretar el cante y hasta de ofrecerlo al público. Con estos y otros echó a andar una nueva época, llamada de la Ópera Flamenca, que dominaría durante más de treinta años el Flamenco como espectáculo.

En definitiva, lo que estaba sucediendo es que un ciclo de la Historia del Cante estaba acabando. Y siempre que esto ocurre surgen voces alarmadas por el miedo al cambio, que no es sino una adaptación a los nuevos tiempos de una sociedad que reclama nuevas formas pero no una revolución, que por otra parte en el flamenco nunca se ha dado en sentido estricto. De hecho, la premonición y los temores de Falla no se cumplieron -más bien al contrario, el cante se fue afianzando en su imparable evolución- y hoy todo el arte flamenco goza de extraordinaria salud, aunque de tanto en tanto se repitan de manera mimética aquella visión pesimista de futuro y los infundados recelos del genial músico gaditano.

Tampoco en el aspecto flamenco, era Granada centro ni referencia. Sus bailes y cantes, su música flamenca, nacían y se desarrollaban principal y esencialmente en los espectáculos conocidos como “la zambra”, organizados y protagonizados por los gitanos del Sacromonte, el barrio más afamado y más alabado, y del que más han escrito los viajeros románticos de ayer y de ahora. También contaba con algunos cafés cantantes como el Café Suizo, el Café Granadino, Café de Cuéllar, Café del Callejón, etc.

Con todo, no podemos soslayar un inevitable error, que se ha venido cometiendo cuando entramos en la historia del Concurso de “Cante Jondo”: analizarlo desde el presente. Cuando creo que lo conveniente sería trasladarse en el tiempo hasta la situación histórica y social, cultural y musical, que cuando entonces vivía el flamenco en Granada, la ciudad elegida por Manuel de Falla para la celebración de aquel evento que sin duda significó un antes y un después en la consideración del flamenco por parte del mundo intelectual y artístico.


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Fuente: Revista Flamenca Fuente Vieja
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