Revista de Cultura Popular, Andaluza y Flamenca
Hoy es Sábado, 14 de Septiembre de 2024
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Festivaleando en La Unión, las galas

La sexagésima tercera edición del Festival Internacional del Cante de las Minas continuó celebrándose, con lleno total, el viernes dos de agosto con la gala en la que Miguel Poveda homenajeaba a Federico García Lorca con su visión particular del lorquiano “Poema del Cante jondo”. Fue un verdadero placer asistir al concierto en honor a Federico García Lorca del pregonero de esta edición

14 de agosto.

Jesús Morcillo




Hablar a estas alturas del nivel artístico de Miguel Poveda parece que esté de sobra por ser, en la actualidad, una de las figuras más demandadas en el panorama musical de nuestro país. Así que no cargaré las tintas en florituras, pero sí diré que al igual que el día que abrió con el pregón, el acto que inauguraba el festival, repitió la vinculación sentimental, tras ganar la prestigiosa Lámpara Minera, que se estableció desde entonces con esta tierra y cómo ese cariño ha ido creciendo con los años.

El concierto fue espléndido y sentido, además de tener el especial aliciente añadido de contar con el excelente guitarrista que le acompañó el día que ganó la Lámpara Minera, Juan Ramón Caro, con el que se sentó para cantar tres mineras que al público le supieron a gloria.

No puedo dejar de recordar que Juan Ramón Caro, tiene en su historial el mérito de poder enorgullecerse de haber acompañado a la guitarra a Miguel Poveda a Mayte Martin y a su actual compañera, Antonia Contreras, para que consiguieran llevarse el galardón de la prestigiosa Lámpara Minera.

Según palabras que el mismo Miguel Poveda colgó en su página de Facebook, “Anoche rocé el cielo con las manos, gracias a la atmósfera de amor que se generó en el mercado público del Festival Internacional del Cante de las Minas. Sentí como me acompañaba mi padre y desde el cielo me regalaba, de nuevo, una de las noches más hermosas de mi vida”.


El sábado 3 de agosto, la gala se abría con la actuación del Ballet Nacional español, dirigido por Rubén Olmo, que nos ofreció un homenaje a uno de sus más prestigiosos directores, el gran e inolvidable Antonio Ruiz, el Bailarín.

El trabajo de los más de treinta componentes que conforman este espectáculo estuvo rebosante de brillantez que encandiló al público que llenó a rebosar el patio de butacas de la Catedral del Cante, que es como se conoce al antiguo mercado modernista de La Unión que, junto a La Casa del Piñón, lugar en donde se ubica actualmente el Ayuntamiento, son los dos edificios más emblemáticos de la ciudad.

El mismo Rubén Olmo salió a bailar un taranto acompañado del cuerpo de artistas que tocan, cantan y jalean en este espectáculo, a los bailaores y bailaoras, demostrando que no solo tiene el conocimiento sobrado para merecer el puesto que ocupa sino que, además, todavía le sobran las facultades necesarias para meterse en tan arriesgado compromiso.

Al finalizar el acto, él mismo pidió que subieran al escenario el alcalde de La Unión, don Joaquín Zapata y el director del Festival, don Julio García Cegarra para agradecerles la deferencia que han tenido al volver a contar con el Ballet Nacional tras catorce años de no pisar este escenario. Acto seguido el cuerpo de baile, al completo, salió a la avenida del mercado a descubrir la placa de mármol, conmemorativa, que quedará para siempre, en el suelo de la misma, reflejando el reconocimiento de la Fundación que dirige el Festival del Cante de las Minas a esta prestigiosa institución.


El domingo cuatro se anunciaba en el programa a un artista de la tierra, último de una larga lista de artistas, tras su padre y su abuelo, cantaor y guitarrista respectivamente, del que toma el testigo tocando, también, la guitarra a la que le dedica sus ilusiones personales dedicándose profesionalmente, tanto a dar conciertos, como a la enseñanza en el Conservatorio Superior de Música de Murcia.

Entiendo que cuando un artista es de esta tierra y además pertenece a una familia en la que su abuelo y su padre han sido parte importante de la historia del toque y el cante flamenco de la Sierra minera del campo de Cartagena y que además de todo eso la familia tiene una fuerte influencia en el mundo cultural de la Comunidad de Murcia, se tenga que contar con él y se le reconozca su trabajo y la importancia que tiene su familia. Así que me parece lógico que, de vez en cuando, se cuente con él para incluirlo en las actuaciones que componen el programa del Festival Internacional del Cante de las Minas.

Dicho todo esto, me van a permitir expresar lo que sentí viendo el espectáculo que nos ofreció Carlos Piñana y los músicos que le acompañaban. Lo primero que he de decir, por supuesto, es mi personal opinión, claro está, que me parece que los recursos de este artista son escasos y muy poco creativos, aunque escuchándolos así por encima resulten agradables, resultones y fáciles al oído del que no ha escuchado, en profundidad, a los buenos guitarristas que por este país abundan como las setas. Los temas no resultaban flamencos, aunque bien es cierto que algunos de los artistas que a lo largo de los años han venido a actuar en las galas tampoco lo lo han sido. Pero es que los temas que desarrolló Carlos Piñana, ni son creativos, ni son los propios de un virtuoso tocaor de guitarra. Vamos, que ni Aranjuez sonaba a Aranjuez, ni una farruca es eso, ni la alegría era de Cádiz, ni las falsetas sonaban a propias ya que queriendo ser poeta —en colación al disco de Vicente Amigo— la poesía de esa noche se quedó anclada en el trovo. Al final el concierto resultó muy bonico, como por aquí se dice, pero con muy poca molla, como se dice en mi tierra.

También he de decir que el que te acompañe una orquesta sinfónica como venía anunciado en el programa pero que a la postre no lo era en absoluto, sino más bien una docena de componentes de una de ellas, tiene su aquel, pero, siempre suele haber un pero, los temas resultaron repetitivos y simples en cuanto a virtuosismo de guitarra se refiere, aunque vistosos, además de poco creativos, como ya he dicho. Quiero suponer que por haberlos ensayados poco, estuvieron fuera de compás la mayor parte del tiempo.

Mátenme si quieren, pero es que a mí con el flamenco me pasa como con el amor, que como pongo toda la carne en el asador, es eso mismo lo espero de ellos. Es por eso que, personalmente, las medias tintas jamás me conmueven.


Y el lunes 5 de agosto llegó la gloria con el espectáculo “SO-LA-NA & Las Minas Flamenco”. Espectáculo del bailaor Eduardo Guerrero, con David Palomar y Ricardo Fernández del Moral como artistas invitados.

¡Madre del amor hermoso! Lo que hemos presenciado en esa catedral en donde los que profesamos la fe del Flamenco vamos a contemplar la eucaristía de ver cómo lo humano se convierte en divino gracias al milagro de, solo los verdaderos artistas son capaces de hacerlo, transmutarse en dioses en el mismo momento de subirse a un escenario. Difícilmente podrá borrarse de las polvorientas estanterías en donde se guardan los recuerdos vividos de nuestra propia historia.

Para que un espectáculo resulte exquisitamente maravilloso y conmovedor no necesita de grandiosidades, ni grandes escenografías, ni siquiera de ropajes que lo vistan y enmascaren, basta con que se limite a ser, tan de verdad, como lo son las risas de los niños cuando juegan disfrutando de la natural felicidad con la que, en su inocencia, la vida les hace ser así.

Desde el inicio cuando puestos de pie en el escenario cantan en estéreo una toná, como si los cantes saliesen desde la mismísima profundidad de sus orígenes, hasta el final cuando la felicidad de todos ellos se reflejaba en sus semblantes, más allá de egos y autocomplacencias, el Arte, en toda su pureza, se derramó a raudales sobre todos los que, maravillados, lo vimos manar, como brotan las cristalinas aguas entre los descarnados peñascos de las montañas más altas.

¡Qué voces, qué ecos, qué melodías más embaucadoras las que sobrevolaban sobre nosotros saliendo de los tendales azules que tienen algunas guitarras! Qué voz tan poderosa la de Ricardo del Moral rugiendo como un león que se sabe el rey de la sabana. Qué profundidad la de David Palomar cantando por seguiriya acompañado por una guitarra de caramelo y qué son y que gracia la suya interpretando unos tanguillos con toda la sal que en Cádiz se destila desde que Tartessos fuera el cimiento de una estirpe que en Chano Lobato confluía y que desde el mismo cielo se llegó, anoche, para escuchar a David y verlo desenvolverse cantándolos con la gracia que hay en la chirigota, con tanto compás y salero que no cabe en los extensos arenales de sus playas. ¿Y qué decir de su Alegría? Si estaba todo Cádiz y su esencia haciéndole los jaleos a su vera y Anabel cantando tan exquisitamente.

Y ya Edu… ¡Qué inmensidad la suya. Qué tronío. Qué soltura. Qué sencillez y naturalidad! Diríase que todas las virtudes confluyen en él para ser uno de los más grandes bailaores. No es humano. De verdad. Es un dios venido del Olimpo. Si los griegos lo hubiesen conocido, hoy tendríamos una divinidad más en la mitología, hecha persona.

Eduardo Guerrero no solo baila con los pies y con las manos. Baila con la piel y los cabellos, con las alas de sus brazos, con el áura que transpira, con la mirada y los gestos que tan bien le sirven para expresarse, con la dulzura del aire que respira. Diríase que ni siquiera necesitase moverse para que su sensibilidad baile, así, sin más. Es tan de verdad, tan auténtico que todo le surge desde lo espontáneo. Lo suyo ni siquiera es improvisar ¿O es que acaso el águila necesita pensar para volar por los aires sin esfuerzo?

Solo los más grandes, los verdaderos artistas que quedan para la historia tienen su propio lenguaje. Un lenguaje que sale de su alma sin ser buscado, ni estudiado. Como el ruiseñor que no necesita de ir a la escuela para poder ser quien es, sin tener que ir a la escuela de los pájaros.

Claro que Edu ha estudiado, y sigue estudiando y bailando, más horas de las que pasan girando, en los tejados, las veletas. Pero es que lo que este chico tiene no se estudia, ni se puede preparar, ni siquiera desearlo para que uno lo tenga. El verdadero arte es así y solo a los más grandes les corre por las venas fundido en los cromosomas de su esencia.Una noche, la de esa noche, para gritar: ¡Aleluya! Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un dios se recrea en tan divina grandeza. Gloria en el cielo al Flamenco y en la tierra paz en los hombres de buena voluntad.

No quisiera que se me olvidara. En mi larga vida yendo a ver espectáculos por infinidad de escenarios y ciudades, nunca había visto a la gente puesta en pie aplaudiendo a un artista hasta que este nos pidió que nos sentásemos porque no había terminado, todavía, el espectáculo.


Con el espectáculo titulado, Souleria de ida y vuelta, el Festival Internacional del Cante de Las Minas daba, el martes seis de agosto, por cerrada la primera parte del mismo en el que las figuras de reconocido prestigio vienen a presentar sus últimos trabajos que, este año, salvo una noche en que la Catedral solo se completó con poco más de la mitad de su aforo, el resto de los días podemos decir que la asistencia de público fue masiva.

La fama que precede a Pitingo por la forma tan personal que tiene al cantar hizo que el público, entre el que tiene tanta aceptación, llenase a rebosar el recinto, colgando el cartel de no hay billetes.

En todas las artes, como es natural, los gustos y las preferencias que hay entre los seguidores y aficionados suele ser tan diversos que, muchas veces, no solo se crean polémicas, sino que, en ocasiones, son tan contrarios los puntos de vista que suelen levantarse discusiones entre los detractores y los seguidores que terminan en acalorados enfrentamientos, defendiendo cada cual sus gustos y posturas. En el Flamenco, como no podría ser de otra forma, estas discusiones entre los que defienden un supuesto purismo de si un palo ha de ser de una forma o de otra y los que, sin formalismos, sólo miran si lo que escuchan les gusta o no, demasiadas veces terminan siendo, como digo, muy acaloradas.

Me decía un conocido artista plástico, con el que tengo una estrecha relación, que lo que diferencia a un verdadero artista de otro que no lo es tanto, pero que vive inmerso en ese mundo, después de pensarlo y meditarlo, largamente, había llegado a la conclusión de que lo que separa a unos de otros es simplemente la diferencia, refiriéndose a que los profesionales que realizan cualquiera trabajo artístico, sea cante, baile, pintura o diseño arquitectónico, por decir solo algunos, la inmensa mayoría de ellos, por muy bien que lo hagan, apenas se diferencian unos de otros. En cambio, el verdadero artista es creativo sin buscarlo. Su marcada personalidad, nacida de la espontaneidad, le hace expresarse de forma diferente. Y eso nada tiene que ver con lo maravillosamente bien que ejecute su obra, ni con el tiempo que le dedique a pensar en cómo ser diferente del resto de sus compañeros de profesión.

Sé que cuando estos artistas, con mayúsculas, aparecen resultan, muchas veces, difíciles de entender y por lo tanto de valorar, pero luego, sin que uno sepa muy bien porqué, abren nuevas vías de expresión que otros muchos imitan, teniendo incluso sus propios seguidores o como ahora se dice, crean tendencia.

El caso de Pitingo es el de un artista que bien podríamos tomarlo como prueba evidente de esto que les digo. Sus raíces flamencas son más que evidentes y aunque dentro del purismo, ese del que tantas veces se habla, jamás podríamos tenerlo como un grandísimo cantaor, en cambio por su forma tan personal y única de interpretar ha creado un estilo que antes de él no existía y arrastra a miles y miles de personas a adorarlo. Y no solo en nuestro país, sino en otros donde el soul, así como otros estilos de música están enraizados, se quedan embelesados cuando lo escuchan cantar temas archiconocidos metiéndolos por bulerías, porque sin duda tiene una gracia y un encanto que está más que fuera de toda duda, por mucho que se empeñen en denostarlo sus detractores.

Esa noche, por desgracia para mí, después de comenzado el concierto que quiso, en un principio por respeto al festival, que fuese pura y clásicamente flamenco, me sentí indispuesto por algo que había cenado y salí pitando camino del hotel, a ver de remediar mi malestar.

Después del concierto tuve la suerte de poder estar en una reunión de amigos entre los que estaba él y pudimos disfrutar de su buen hacer cantando por derecho, yéndose por abajo, haciendo con su voz encaje de bolillos flamencos, de tan buen gusto, que el mismísimo Mairena le hubiese regalado los oídos con sentidos olés, de haber tenido la suerte de haber estado entre nosotros renacido.

Él, que tiene una garganta poderosa y puede subir los agudos a límites insospechados y moverse con los graves más bajos, incluso hacer como los ruiseñores, gorgoteos, tras subir la voz cuando al cante le resulta necesario, después, bajando la voz hasta los suelos abanicaba el aire como cuando el capote de un torero, con suavidad, va deteniendo el tiempo.

Con gracia y sorna nos decía:

Se trata de trabajar con la glotis, que no con la Cloti.

Y allí se detuvieron las agujitas del reloj hasta que la antorcha que ilumina el claro día vino a encender, por completo, el alto cielo.





Fotografías:
Jesús Morcillo Franch
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