08 de octubre.
Sergio Enrique Sartorio
Buenos Aires, Argentina
En el imponente marco del neoclásico Salón Dorado del Palacio de la Legislatura porteña —aunque en esta oportunidad a este viejo aristocrático francés, le tocó vestirse de chispero— la tarde del lunes 9 de septiembre pasado se llevó a cabo el acto oficial con motivo de la imposición del honorífico título de Personalidad Destacada de la Cultura —en virtud de su vasta y fecunda trayectoria artístico-académica— al maestro
José Zartmann.
La solemnidad del acto se vio pronto desplazada por la calidez y familiaridad con que naturalmente se fue desenvolviendo. La multitudinaria asistencia de alumnos y ex alumnos, familiares y amigos, colegas, productores artísticos, músicos que le acompañaron a lo largo de su carrera, profesionales de los medios y los fieles seguidores del homenajeado, produjo que se colmara la nave central ocupándose la totalidad de las butacas disponibles, como así también las dos laterales con numeroso público de pie, que brindaron a lo largo de la familiar velada, varias cerradas y sinceras ovaciones.
Luego de los consabidos discursos protocolares a cargo de las autoridades destinadas a tal efecto, se proyectó un vídeo —con una edición de excelente factura— donde se recordaron algunos pasajes fílmicos de su participación en varias producciones de ballet, ópera y zarzuela, entrevistas y extractos documentales donde se le apreció dando clases en diferentes etapas de su vida.
Un paneo de su dilatada y extensa trayectoria que dejó en los asistentes el agradable regusto que provoca la satisfacción de ver desplegarse ante los ojos admirados, una larga cinta de sueños cumplidos y una labor eficaz, coherente y comprometida con el arte. Seguidamente tomó la palabra el maestro Zartmann, con esa naturalidad y sencillez jamás afectada a la que nos tiene acostumbrados. Su breve e improvisado discurso rezumó gratitud por sus queridos y siempre recordados maestros, su círculo íntimo, sus colegas y, podemos
inferir también, por una bella, larga y activa existencia plagada de éxitos profesionales y personales.
José Zartmann, nacido en el barrio de Villa Urquiza de la Ciudad de Buenos Aires, inició sus estudios de danzas españolas siendo aún muy joven, en su ciudad natal, con el afamado maestro
Justo Vera Ortega. En principio a hurtadillas de su padre, quien se oponía a esa inclinación artística, pues el mismo prefería para su hijo una actividad más constante y estable para sostenerse económicamente en el futuro. Cuando con el paso del tiempo se puso al tanto de la irrefrenable pasión de su hijo por la danza, le sugirió que, de dedicarse de lleno a esta profesión —ya que no había manera de evitar su dedicación por completo al arte— se formara en la mejor y más seria institución.
Así ingresó en la Escuela de Danzas del señero Teatro Colón de Buenos Aires. Entre sus maestros figuraron nombres insignes del ballet nacional como
María Ruanova y José Neglia. Paralelamente, entró en contacto con el célebre maestro de la Escuela Bolera
Ángel Pericet, con quien se inició en los entresijos de esta danza, siendo, como se sabe, la familia Pericet, la más ilustre cultivadora de esta tradicional y característica danza. En aquellos tiempos y en el ámbito exclusivamente bolero y flamenco se le conocía por su nombre artístico:
Antonio de la Cruz.
Fue con él con el que recorrió España en toda su extensión, con su propia compañía durante siete años de giras ininterrumpidas, llevando un repertorio consistente en danzas españolas, más algunas pinceladas de tango y folklore argentino. En esa estadía de siete años en la Madre Patria, cursó estudios también con los maestros
Pedro Azorín y Victoria Eugenia.
A su regreso a Buenos Aires, concursó y obtuvo su plaza en el ballet y luego la cátedra de Danzas Españolas del Instituto Superior de Artes del Teatro Colón, donde se dedicó a la formación de bailarines durante treinta y ocho largos años. Al mismo tiempo integró
la compañía del maestro Ángel Pericet como primer bailarín, en la que con el paso del tiempo llegó a ocupar el puesto de Eloy Pericet, cuando éste decidió retirarse de la compañía familiar y establecerse definitivamente en Madrid, para dedicarse a la enseñanza de su arte.
Fue convocado también por el insigne maestro sevillano para formar parte de los ballets Doña Francisquita y El Amor Brujo, cuya coreografía estuvo a su cargo, como así también el de Capricho Español, todas puestas en escena en el primer coliseo porteño. El maestro José Zartmann fue primer bailarín y coreógrafo de la ópera Carmen de Bizet, de la Suite del Sombrero de Tres Picos, figura en Bodas de Sangre en la versión de
Juan José Castro, compartiendo escenario con
Nati Mistral y creador de la ya hoy célebre coreografía del Bolero de Ravel.
Recibió entre otros galardones la distinción María Ruanova 1992, otorgada por el Consejo Argentino de la Danza; en 1993 el Premio Manuel de Falla, otorgado por el Instituto Cultural de Música Hispánica del mismo nombre, año en el que también fue distinguido con el galardón Estrella de Mar, junto a la Compañía de Ángel Pericet. En 2003, nombrado Maestro del Arte y la Cultura Argentina de la Danza, por la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación.
Promediando la velada tuvimos la dicha de oir de sus propios labios —además de todas las virtudes señaladas, José es un gran declamador, dando muestras de esta otra faceta artística en muchos de sus espectáculos personales— una selección de pasajes de un poema suyo dedicado a su gran amor: la danza; de disfrutar de la participación de un número montado por la bailarina
Cecilia Mattioli, de dos piezas del repertorio nacional por el Coro de la Biblioteca del Congreso de la Nación que dirige su hijo
Pablo Zartmann, de la actuación de un grupo juvenil de la Escuela Superior de Educación Artística
"Aída Mastrazi", interpretando El Baile de Luis Alonso y en el apartado rigurosamente flamenco, de la
presentación del bailaor
Néstor Spada bailando por farruca secundado por la guitarra de
Esteban Gonda, en homenaje, podemos inferir, a la que tantos éxitos le procurara noche tras noche, en su número en solitario como miembro de la Compañía de los Hermanos Pericet.
Como colofón y para sorpresa de todos, tras oírse los primeros acordes de La Danza del Molinero del Sombrero de Tres Picos, el maestro José Zartmann se levantó de su silla y acometió esta pieza en ritmo de farruca y con sus ochenta y tantos —que no aparenta en absoluto— nos ofreció nuevamente esa admirable coreografía montada por él mismo, que fue la que le abrió las puertas de la cátedra de Danzas Españolas del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, hace más de cincuenta años, y como siempre las de nuestros corazones. Y para rematar la faena por todo lo alto, bailaron unas sevillanas junto a su esposa Beatriz —también bailarina y compañera de José en sus inicios, quien decidió dejar la profesión al nacer el hijo de ambos— Cecilia Mattioli y Natalia Álvarez del Consejo Argentino de la Danza, como broche de oro.
Con las primeras sombras de la noche fue disipándose del salón la magia del teatro. La luz del nuevo día llegaría al Palacio con la rutina legislativa de la mano. De regreso, devueltos junto al eco de los pasos del empedrado porteño, en la calle solitaria, aún resonaban en mis oídos algunos de los versos con los que el maestro Zartmann nos obsequió:
" ¿Qué es danzar?
Para mí es el aire que respiro.
Sentir el palpitar de la vida fluyendo como un torrente,
la exaltación del alma, elevando el espíritu a Dios.
La suma energía, tal como cada cual la perciba.
Es vibrar, erizar la piel del que danza
y la de quien recibe esa danza.
Transmitir el dolor y el gozo,
la tristeza y la alegría,
el llanto y la risa.
Es la furia del rayo y el deseo de amar,
dando en ese amor, bailando,
lo mejor de uno mismo a los demás..."
Sergio Enrique Sartorio
Buenos Aires, Argentina