Revista de Cultura Popular, Andaluza y Flamenca
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El largo derrotero de un tocaor leonés en América

Quintaesencia del artista flamenco allende el océano, Pepe Alonso (Castilla y León, 1925 - Buenos Aires, 2009), fue un incansable luchador por su cultura. Su vida ha sido un ejemplo de pasión y constancia por la vindicación de la mística flamenca

31 de agosto.


Sergio Enrique Sartorio
Buenos Aires, Argentina



Aurelio Benito González Alonso, Pepe Alonso, nació en San Román de la Vega, Provincia de León, en 1925. Su familia en busca de mejores perspectivas económicas decidió —como tantas otras en aquellos tiempos— probar suerte en la Argentina. Su padre llegó en 1931, su madre junto a su hermano y el mismo Pepe pisaron este suelo recién en 1941. Por lo que me ha señalado a lo largo de los años en largas conversaciones que mantuvimos —sobre todo en las estadías en giras por el interior del país— a pesar de su origen castellano, la afición al flamenco derivaba de su línea materna, cuyos ascendientes eran gaditanos.

Tuvo como primer maestro de guitarra a su padrino, Benito Alonso, cuando aún residía en su tierra natal, a quien Pepe recordaba como un gran aficionado. La familia González Alonso se estableció en Las Flores, Partido de la Provincia de Buenos Aires, dedicándose a las tareas agrícolas. La tenacidad, la constancia y el profundo amor por la guitarra lo alejaron prontamente de las faenas camperas —aunque siempre recordó con mucho cariño y respeto su contacto con la cultura folklórica argentina, los gauchos que frecuentó en sus tiempos de mozo, su música, las tradiciones, su gastronomía y hasta el mate, que consumía de vez en vez en la intimidad del hogar con verdadero orgullo campero— y decidió establecerse definitivamente en la Ciudad de Buenos Aires para dedicarse al arte. Se inició profesionalmente siendo muy joven, a mediados de los cuarenta, con veinte años. Esa década sería clave para el flamenco en La Reina del Plata.

En la primera mitad de la misma llegaron para instalarse definitivamente en estos pagos los maestros Esteban de Sanlúcar y posteriormente Pepe Monreal, aunque ya estaban afincados, entre otros, dos sobresalientes guitarristas más: El Niño Posadas y Luis Triguero. También se estableció en una larga estadía contratado para presentarse en teatros y programas radiofónicos Pepe de Badajoz. Así mismo cabe recordar que habían fijado residencia definitiva en estos confines Acha Rovira, Antonio el de Bilbao, Maera y posteriormente Félix Paredes, entre otros artífices de la danza. Por otra parte, El Chato Valencia, El Pena hijo, Angelillo y El Niño de Utrera, entre otras célebres figuras del cante y la canción, engalanaron la entonces tan hispánica Avenida de Mayo. Todos terminarían sus días en estas tierras del Cono Sur.

Es en esa década cuando se inaugura el célebre local El Tronío, al que acompañaron en sus funciones La Alameda, La Verbena o el también destacado Sevilla Colmado, para ofrecer lo más granado de la copla , la danza y el cante en Hispanoamérica, mientras por el éter sonoro de la pujante radiofonía porteña resonaban los ecos de las audiciones La Voz de España, Acuarelas Españolas o Retablo Español, entre otras muchas presentes en el dial, pues cada emisora argentina poseía, al menos, un espacio dedicado a la canción, el cante y/o la cultura española. En ese propicio ámbito citadino inició sus actividades el laborioso maestro castellano leonés, uno de los que más larga trayectoria como acompañante ha tenido en su extensa vida artística.

Para hacer una resumida nómina de aquellos a los que secundó con su sonanta a lo largo de las décadas que permaneció activo, recordamos a: Ana María de los Reyes, Niño León, Benito Casado, Pepe Valencia, Gloria Romero, Gloria Fortuny, Los Hermanos Amaya, Chiquito de Triana, Gabriel Moreno, Manuel Benítez Carrasco, Pepita Ortega, Pablo del Río, Jesús Perosanz, Angelillo, Terremoto (el bailaor) Juan Valderrama, Pedrito Rico y un largo etcétera. Recorrió el continente americano de norte a sur en varias oportunidades. Establecido en Nueva York frecuentó a Sabicas y a un jovencísimo Enrique Morente, con quien varias décadas después se estrecharía en un afectuoso abrazo en Buenos Aires, en 2002, cuando el gran cantaor granadino nos visitara con motivo de unas presentaciones. Los mayores éxitos los cosechó con su grupo Los Duendes Gitanos, que dejaría una huella indeleble en la historia de la danza flamenca en Hispanoamérica.

En una breve visita a la Madre Patria acompañó a la célebre Niña de La Puebla, con quien lo unió una cálida amistad. Como figura destacada de la historia del arte flamenco en estas tierras recibió una infinidad de distinciones y homenajes de parte de las instituciones españolas fundadas por los emigrados, como así también del Consulado y la Embajada Española en Buenos Aires. Nuestro querido general de mil batallas flamencas trabajó hasta sus últimos días con el mismo fervor, la misma alegría y el mismo anhelo de emprender nuevos proyectos como cuando inició su andadura, allá por 1945. Falleció en Olivos, Provincia de Buenos Aires, el 8 de febrero de 2009 con 83 años.

La Antología de Cante Flamenco
Bajo la dirección del gran estudioso Fernando López Perea —posteriormente ganador, respondiendo sobre flamenco, del popular concurso televisivo Odol Pregunta por 1.000.000 de pesos— en la segunda mitad de la década del cincuenta se llevó a cabo en Buenos Aires la grabación de una Antología de Cante Flamenco. Para tal fin fue convocado el experimentado cantaor Pepe Valencia, junto a la cancionista-cantaora Gloria Romero y ambos secundados por la guitarra del aún joven tocaor Pepe Alonso. Se grabó en Buenos Aires, presumiblemente en 1958. Su comercialización se realizaba por pedido y se fueron editando los discos con la nómina de los cantes en forma consecutiva, como reza el anuncio publicitario del año 1958 que se adjunta a este artículo.

Se inscribe esta producción discográfica en la eclosión de grabaciones antológicas de cante que se desató a partir de la primera —original y premiada— que fuera dirigida por Perico el del Lunar y publicada por Ducretet-Thomson, en el año 1954, con la particularidad de que está a la que nos estamos refiriendo, fuera producto de una iniciativa hispanoamericana. Lamentablemente se conservan pocos ejemplares de esta experiencia argentina —de hecho, el maestro Alonso había extraviado el único que poseía— solo hemos sabido de algunos cortes que sobrevivieron aquí y en tierras peninsulares en manos de coleccionistas.

A decir verdad y merced a confesiones que me hiciera a lo largo de nuestra dilatada amistad, Pepe no se sentía muy satisfecho con su labor de acompañante en ella, confesaba que se había sentido abrumado por la responsabilidad de secundar a un artista de la talla de Pepe Valencia, aún sin la experiencia suficiente en esa disciplina tan particularmente delicada de la guitarra flamenca. De todas formas, podemos apreciar en las pocas intervenciones que han llegado a nosotros, ese inconfundible eco genuinamente popular y flamenco que rezumaba su ejecución.

Su formación guitarrística se inició de niño, aún en España, con un padrino suyo a quien recordaba como un gran aficionado. Pepe, como muchos de los de su tiempo fue adquiriendo sus conocimientos de manera autónoma, escuchando los discos que llegaban a sus manos, luego afianzándolos sobre los escenarios. Recordaba con gran afecto a Pepe Monreal, con quien compartieron muchas actuaciones y quien le había transmitido algunas falsetas, iniciándolo en los entresijos del acompañamiento. Admiraba a Don Ramón Montoya y a Sabicas, a quien había conocido y frecuentado en Nueva York. Sin embargo, su interpretación tenía mucho de Carlos Montoya, una pulsación fuerte y aguerrida, debido quizá a la costumbre de acompañar cuerpos de baile.

Si bien su ejecución no se destacó por un deslumbrante lucimiento, su sonido fue indudablemente flamenco e incontaminado, genuinamente popular. Se lo recuerda como muy laborioso y tenaz. Con su grupo Los Duendes Gitanos ensayaban muchas horas montando atractivas coreografías con mucho efecto, muy ajustadas, lo que los hizo muy reconocidos en el ambiente hispanoamericano y en los países del norte. Tristemente, no quedaron de su guitarra sino unas pocas grabaciones, casi siempre domésticas o captadas en espectáculos en directo, de manera informal. En cuanto a cante, fue un devoto marchenero, sentía verdadera adoración por Pepe Marchena.

En las grabaciones que acompañan estos recuerdos a vuelapluma del querido guitarrista leonés se encuentra, en primer lugar, unos de los pocos cortes conservados hasta hoy de la ya mentada Antología: unas alegrías interpretadas por Gloria Romero —allí puede oírse la inconfundible voz de Pepe jaleándola— Seguidamente, un extracto de una grabación informal, casera, en donde el maestro toca por seguiriya acompañado por Esther Mata en palillos y se cierra con unas pinceladas de su cante, en esta ocasión por fandangos, en donde le acompaño, corte que se ha extraído de un álbum de distribución limitada, editado en 2006, en homenaje al gran vate granadino tan apreciado por estas tierras, Manuel Benítez Carrasco.

Dotado de una personalidad única e irrepetible, el recuerdo de Pepe Alonso permanecerá inmarcesible en aquellos aficionados que tuvimos el gusto de gozar de su amistad. Perpicaz y agudo observador, fue un Ulises flamenco capaz de sortear los escollos más engorrosos en el océano siempre impredecible de la profesión. A pesar de no haber podido —por razones económicas, como la mayoría de mujeres y hombres provenientes de las clases trabajadoras de su generación— acceder a una formación escolar completa (solo pudo cursar unos años de estudios primarios) se movió en el mundo artístico y empresarial con una soltura extraordinaria. Su inteligencia práctica lo condujo sobre la brecha hasta el final. Pudo completar su recorrido vital dignamente, sin echar mano a otra profesión u oficio para el que no estuviera preparado y sin llegar a recurrir a la caridad familiar.

No solo fue uno de los guitarristas que más trayectoria ha tenido de los de su generación —de los afincados aquí— sino que hizo las veces de empresario y productor de los grupos que fue formando consecutivamente a lo largo de su fecunda carrera, como así también su coreógrafo y director artístico. Gran conversador, su gracia y savoir faire le abrieron todas las puertas y no solo las de los ámbitos exclusivamente flamencos, algo muy poco habitual en nuestro medio. Amante de la noche, pero sin excesos, supo inculcar en los más jóvenes la importancia y el valor de la familia —su experiencia personal le sirvió de aprendizaje y tuvo la suficiente altura moral como para aprender, aunque fuera tarde, y enseñar la lección a los más jóvenes de su entorno más cercano— como así también ubicar en su justo punto el de las quimeras.

Con oídos abiertos a las nuevas generaciones, entendió prontamente que el momento artístico de los suyos había pasado y supo adaptarse a los tiempos, rodeándose de jóvenes que le sumaron valores artística y conceptualmente hablando y actualizando sus espectáculos. Cuando ya le fue muy difícil tocar, se dedicó exclusivamente al cante; cuando casi le era imposible cantar a raíz de sus problemas respiratorios, dirigió, presentó y solo se limitó en sus presentaciones a dar unas pinceladas por soleares o fandangos, con poquita voz, pero muy buen gusto.

En sus últimas actuaciones solo hacía unos cantecitos, pero lo que había disminuido en técnica guitarrística lo había sumado como showman. Entusiasta y decidido hasta el final, vivió cada actuación como si fuera la última. Fue como él mismo lo señalara, un obrero de la guitarra. Sobre el final de su vida, otro buen amigo suyo y gran aficionado argentino, Julio Puente, recogió sus memorias para publicarlas en un simpático y pormenorizado volumen al que se le dio por título: Toque y Cante: una vida. Biografía de Don Pepe Alonso. Con Pepe se nos ha ido no solo el querido maestro y amigo, sino toda una forma de concebir y entender la filosofía de vida flamenca.

Sergio Enrique Sartorio
Buenos Aires, Argentina



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